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ACTUALIZACIÓN 29/06/2009

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LA TORRUCA, EJE CULTURAL DE LA GESTIÓN DEL TERRITORIO

 José María Cantarero Quesada

__________________________________________________

“… de aquellas mujeres serranas que mermaban el frío de sus hijos taponando con barro, nacido de las cenizas del carburo, las rendijas de la torruca por las que éste suspiraba cauteloso”

Genéricamente, en conversaciones de carácter privado, cuando he participado en debates sobre territorio y gestión política, económica, social o ideológica del mismo, la primera impresión que suelen transmitirme mis contertulianos es la concepción de un espacio geográfico bajo la organización de un poder político o económico cuya expresión física se muestra bajo el cobijo de edificaciones que podemos entender como sobresalientes. Durante mis años de estudios universitarios esta concepción, en cierto sentido “elitista”, se fue difuminado gracias a las aportaciones que profesores, como el Doctor Francisco Contreras Cortés, me hicieron llegar. En sus estudios sobre el desarrollo de la cultura argárica en el norte de la provincia de Jaén, grosso modo, venía a concluir que hace cuatro mil años un territorio, en este caso la cuenca media y alta del río Rumblar, en Sierra Morena, se encontraba perfectamente organizado bajo la excusa de la obtención y comercialización del mineral de cobre. La óptima explotación minera de este espacio geográfico venía condicionada por una compleja organización territorial que tenía en la existencia de tres distintas tipologías de poblados, muy especializados funcionalmente, su eje principal: poblados centrales, poblados mineros y torres vigía. Pero en todos ellos aparecía un nexo común, la precariedad de los materiales constructivos como componente más sobresaliente. El desarrollo de mi labor profesional ha impedido, en gran medida, que pudiera profundizar lo suficiente, y lo que quisiera, en el estudio de la organización económica del territorio y los paralelismos arquitectónicos y urbanísticos. En este sentido tengo ya avanzado un estudio de la distribución de la arquitectura en piedra seca -o a hueso- y sus vinculaciones con aspectos de carácter físico y económico para gran parte de la provincia de Jaén (Paisajes Dormidos). En este artículo, sin embargo, vamos a profundizar en un caso concreto, entendemos capacitado, que nos permita ratificar la ausencia de razones que indiquen la correspondencia entre edificaciones de carácter “sobresaliente” y la organización, en este caso económica, del territorio; más aún, vamos a dejar constancia como una construcción de carácter precario puede condicionar el proceso económico, social, demográfico y ambiental de un territorio. I.- LA TORRUCA, primer acercamiento: tipología y distribución territorial Pese a su ubicación a modo de atalaya, quizá sea uno de los elementos constructivos que de manera más discreta ha sabido cobijarse en las suaves lomas de la Sierra Morena giennense. Como decimos, aunque se sitúa en las mayores cotas de esta serranía, el chozo bañusco o torruca ha logrado pasar desapercibida ya que, de alguna manera, arrinconada en las mayores pendientes serranas, tierras de naturaleza poco fértil y clima árido, se fue distanciando visualmente de aquellos visitantes que realizaban fortuitas incursiones por estos lares siguiendo la red caminera que surca la zona, por naturaleza pareja a ríos y arroyos. Por otra parte, el abandono agrario de estas sierras fue anillando de agreste vegetación natural estas pequeñas estructuras hasta quedar totalmente ocultas a la vista de cualquier visitante curioso. Sin embargo, siguiendo la cañada real de la Plata por la Mojonera que desde su homóloga Conquense nos acerca al valle manchego de Alcudia a enlazar con la Soriana, según ascendemos, podemos apreciar como un rosario de desvencijados torreones parecen coronar todos y cada uno de los pequeños cerretes que dominan las tierras bajo el macizo del Navamorquín. Se trata de pequeñas estructuras en piedra cuyas principales características son las que siguen:

Estructura circular, cuyas medidas se corresponden con las siguientes: Aproximadamente cuatro metros de diámetro interior (a los que hemos de sumar sesenta centímetros de grosor en muros). Muro exterior que supera un metro y veinte centímetros

Dehesa de Doña Eva y torruca de Guadarrama

de altura. Apertura en el muro de unos ochenta centímetros de ancho, a modo de puerta. No presenta ningún elemento adintelado que cierre el vano en altura. En líneas generales, este hueco presenta una orientación hacia el este, buscando la salida del sol.

En la actualidad sólo hemos hallado una torruca totalmente integra, que nos permite conocer su estado originario: Guadarrama (el resto ha perdido el techo de materia orgánica formado por vigas de encina y ramaje de árboles y arbustos o “monte”). Este hecho está motivado por la continuidad de uso que hasta hace pocos años ha tenido, debido a la presencia de personas dedicadas a la obtención de picón o cisco. Pese a su singularidad, está capacitada para aportarnos suficiente información fidedigna sobre aspectos que podemos aventurar en el resto pero que hoy han desaparecido, como es la composición de la techumbre. El techo, cónico, se sustenta sobre vigas de encina hasta una altura aproximada sobre el suelo de cuatro metros y medio en su parte central. Este soporte, en realidad troncos de encina sin ningún tipo de trabajo de limpieza, era encajado, por un extremo, en la parte superior del muro; los extremos contrarios eran atados entre ellos mediante maromas sustentándose en el centro de la torruca. Este esqueleto vegetal soportaba distinto monte, principalmente ramas de “chaparro”, carrasca y lentisco que enmarañaban el hueco entre vigas. Sobre esta cobertura se situaba otro monte más ligero, mezcla de jara pringosa y retama. Era norma situar ésta última en la zona superior, presentando las largas y finas hojas orientadas de arriba a bajo para facilitar el deslizamiento externo de la lluvia. Este tipo de cubierta, aunque no presenta ningún tipo de apertura para salida de humos (hogar o lumbre), permite sin embargo la filtración de los mismos.

Los interiores, muy sencillos, tenían un suelo de tierra pisada o un humilde empedrado de pizarra (algo por debajo del nivel externo del suelo buscando mayor frescor en verano). A modo de alacenas, sólo muestra algunos pequeños huecos en el muro que, adintelados mediante lajas de pizarra, funcionalmente eran utilizados para depositar pequeños objetos (su tamaño es muy reducido) o para ubicar elementos que facilitarán la iluminación nocturna (candil). Adosados a las paredes solían situarse pequeños catres realizados con troncos de encina fijados a la pared, haciendo la función de somier recias sogas de esparto. El colchón, de monte, finalmente era tapado con mantas de lana. Funcionalmente, sirven de cama y silla en torno al hogar.

 

 

 

En el centro de la torruca, un círculo de piedras hace las funciones de hogar. La mayoría de las veces se le suministraba carbón o ascuas de una lumbre que ardía en el exterior, aunque en los días de mayor dureza, necesariamente, la lumbre se encendía y mantenía en el interior. Sobre este hogar se situaba un omnipresente caldero colgando de la unión central de las vigas de encina o de un trípode de hierro hincado en el suelo (pastores trashumantes), que calentaba agua de manera constante. En ciertos casos, hallamos en el interior, entre las rendijas formadas por la unión de las irregulares piedras que forman el muro, una especie de raro revoco –acordémonos que hablábamos de arquitectura en seco o a hueso-. Consultadas varias de las “anfitrionas” (esposas de pastores casi en todos los casos) que vivieron en los últimos años de ocupación de este hábitat, parece ser que está hecho con barro mezclado con la ceniza de carburo (iluminación), estando destinado funcionalmente a tapar los huecos interiores evitando que el frío aire del invierno entrara entre las piedras (adelantamos que, orientadas en cierto periodo de su uso funcional a utilizar los vientos –aventar en la era-, provocaban unas duras condiciones de vida en las largas noches del invierno pastoril).

 El material que forma parte de los muros es piedra de carácter irregular o sillar descompuesto, recogido directamente del entorno, aunque de distinta naturaleza según ubicación geográfica y material geológico dominante: En el entorno más cercano al macizo del Navamorquín domina el granito extraído del mismo (Retamón o Doña Eva). Según nos alejamos de esta formación geológica, se va haciendo omnipresente la pizarra (Guadarrama, Malhumo o Barranco Don Juan).  En algunos casos, muy excepcionales, aparecen cuarcita y arenisca (Garbancillares) pero siempre asociada a uno u otro de los materiales pétreos mencionados con anterioridad.

 Puntualmente, en el exterior de la torruca, ubicada ésta en un extremo de la misma, aparece una gran era empedrada (casi siempre con cantos de arenisca, aunque excepcionalmente también aparecen lajas de pizarra –Valhondo-). Cada una de estas eras se encontraba estratégicamente situada en el territorio dando sus servicios a un número dispar de torrucas, según la facilidad de las comunicaciones (Guadarrama). Genéricamente, se presentan de forma individual, aunque hay casos excepcionales en los que nos encontramos varias torrucas, a veces mezcladas con estructuras de carácter rectangular (Santa Amalia-Huerta El Gato). A modo de resumen de esta descripción tipológica, es necesario subrayar la ausencia de variaciones en los distintos elementos que configuran este chozo o “torruca”, a excepción de la mencionada variabilidad en el uso de los materiales pétreos, hecho condicionado de manera evidente por los afloramientos geológicos. Podemos, por tanto, evidenciar que el nacimiento y desarrollo de este hábitat constructivo se produce en un momento muy preciso, bajo un patrón estricto. Es importante poner de relieve que, habiendo encontrado tipologías similares en otros lares geográficos muy diversos, algunos en la propia provincia de Jaén (Albanchez de Mágina) y otros en provincias cercanas como Córdoba, Huelva o Sevilla, sólo hemos hallado la utilización de esta denominación local en una construcción en piedra seca distinta. Esta nomenclatura constructiva está vinculada a la Serranía Conquense y es muy similar a otras construcciones coprovincianas como los caracoles de la Loma o Sierra Mágina y los chozos de la Sierra Sur (caracterizados por un cerramiento en falsa bóveda). Recientemente hemos detectado el uso de esta denominación en tierras pacenses. La fuerte vinculación entre aquel territorio norteño (Montes Universales) y la Sierra Morena de Jaén a través de los movimientos de trashumantes merinos, evidencian cierta implicación de esta actividad económica con el proceso de desarrollo de la torruca bañusca.

Su distribución, por otra parte, está muy concentrada en un espacio en la margen derecha del río Rumblar o Herrumblar, como antaño se le llamara. Al norte del núcleo urbano de Baños de la Encina -villa mariánica ubicada al noroeste de la provincia de Jaén-, en el ámbito territorial comprendido entre la actual presa del Rumblar al oeste y sur, la denominada Junta de los Ríos al este (confluencia de los ríos Pinto y Grande, donde en el río Rumblar hacen aporte sus dos grandes afluentes), y el macizo del Navamorquín por septentrión. Ajeno a este espacio hay una prolongación hacia el este, introduciéndose en la llamada dehesa de Navarredonda (chozo de los Panaderos) que, debido a la actual presencia del embalse de Rumblar, aparece segregada del conjunto. Se trata de suelos de baja calidad edáfica sobre un soporte geomorfológico suavemente alomado en el que el material dominante es la pizarra, aunque con presencia esporádica de suelos graníticos cruzados por vetas de cuarzo y filones metalíferos en los que domina el mineral de cobre. Aunque no quedan evidencias de ello, tras varias consultas a la tradición oral, los mayores del lugar quieren recordar estructuras muy similares en el paraje denominado Peñón Gordo y Turrembetes, en la zona más occidental del núcleo urbano enclavado en la loma de la Calera (Baños de la Encina). En este espacio, destinado fundamentalmente a la extracción de arenisca para la construcción local, la torruca parece que tuvo como utilidad aspectos vinculados a la propia actividad cantera.

Asimismo, un barrio de la localidad sigue recibiendo el sobrenombre de “calle de las chozas”, (actual Santa Eulalia) que, en la misma línea, parece haber estado constituido por estructuras con esta tipología constructiva. II.- EL TERRITORIO MARCO, breve historia jurídica y económica El territorio dominado por las torrucas se corresponde con aquel espacio geográfico que, tanto en las Ordenanzas Municipales de Baños de la Encina de 1742 como en el Catastro del Marqués de la Ensenada, es señalado como dehesas cerradas o acotadas de la Villa. Son tierras tradicionalmente destinadas a uso como pastadero invernal del ganado merino venido en trashumancia desde los Montes Universales (Cuenca, Teruel y Guadalajara) a través de la Cañada Real Conquense. Esta actividad dejaba cuantiosas ganancias a las arcas de la Corporación local mediante el pago de arriendo de los pastos. “... y los herbages de Navamorqui, Navarredonda, Llano y Corrales lo estan para el ganado merino, enprecio de estas quatro de dos mil y quinientos reales”. Este territorio coincide con aquella “defesa cerrada de Navamorquina” que ya Alfonso X El Sabio donara para su disfrute a los vecinos de Baños allá por el S. XIII, fuero que sería ratificado por monarcas posteriores como los propios Reyes Católicos. “Por facer bien y merced al Concejo de Baños, dóles y otórgoles la defesa de bellota y de yerba que an, que les a donado el Rey don Alfonso mío padre, que la hayan defesada de aquí en adelante, assí como la ovieron el tiempo del Rey mío padre, según dize la Carta que ellos tienen a esta sazón. E mando e defiendo firmemente que ningunos pastores nin vaquerizos nin otros ningunos non sean osados de entrar nin meter ganados en aquella defesa”

En la actualidad, este territorio da cobijo a varias fincas que combinan un uso principal ganadero (básicamente toro de lidia) con el cinegético, entre las que tienen cabida Garbancillares, Los Llanos, Santa Amalia, Dehesilla, Navamorquín, El Retamón, Doña Eva, Monasterios y El Quinto. Sin embargo, para ser justos con la historia y no distorsionar el territorio (como ahora lo hace el embalse del Rumblar, creando fronteras donde no las ha habido nunca), habría que introducir otras que también formaban parte de aquéllas cuatro dehesas “madre” en la que se segregó la dehesa medieval de Navamorquina (Navamorquín, Navarredonda, Llano y Corrales), como Barranco la Yegua, Atalaya y Navarredonda. Como decíamos, se trata de un ámbito geográfico caracterizado por sus escasas cualidades agronómicas debido al material geológico que le da cobijo y los suelos derivados, en el que la encina y su cohorte (brezo, madroño, jara, romero, cantueso, etc.) son la cobertura vegetal dominante. En zonas de mayor humedad aparecen especies arbóreas como alcornoque, quejigo y roble melojo. Sin embargo, pese a su escasa capacidad agraria, tras los continuos episodios bélicos acaecidos entre castellanos y musulmanes que jalonaron el inicio del S. XIII, inmediatamente superada la histórica batalla de las Nava de Tolosa (1212), fue intensamente explotado bajo un complejo sistema económico, amparado en el carácter comunal de estas tierras. En el territorio, su más evidente expresión la tuvo en un elemento constructivo del que aún tenemos evidencia: la torruca. Veamos un poco de la historia local. En el S. XIII, los vecinos de la aldea de Baños, bajo jurisdicción del Concejo de la ciudad de Baeza, estaban exentos de cargas por el usufructo de esta dehesa de Navamorquina gracias al privilegio otorgado por Alfonso X. Con posterioridad, en el primer tercio del S. XVII (1626), acaeció la compra del término de la villa al rey Felipe IV por parte de todos los vecinos. Ello supuso la segregación de la ciudad de Baeza, la construcción de un término municipal propio y la conversión de todas las tierras del término en propiedades del Común (en teoría, ya que en la práctica los regentes del nuevo Concejo iniciaron un proceso de apropiación ilícita de las tierras más fértiles ubicadas en los Ruedos de la villa -Huertas- y las tierras de labor inmediatas al Camino Real de Andalucía –Campiñuela-). En este momento, cuando se configura el término histórico de la villa de Baños de la Encina, el concejo local, igual que ocurrió antes con la dehesa cerrada de Navamorquina, quedó exento de pago por su usufructo. Es ahora, cuando se obtiene mayor cantidad de tierras en régimen del Común, el momento en el que la antigua dehesa cerrada, las ahora cuatro dehesas de Navamorquín, Navarredonda, Llano y Corrales, quedan restringidas a los aldeanos durante el periodo anual que eran ocupadas por las mesnadas merinas trashumantes. “Assimismo ordenamos que los ganados de vezinos de esta Villa de qualesquiera espezie que sean no entren en las Deesas acotadas Zerradas deste termino en las de Navarredonda, Llano, Corrales y Navamorqui (que son de Ymbernaderos de Ganados Merinos), desde el dia del Señor de San Miguel veinte, y nueve de Septiembre asta veinte, y cinco de Marzo del año suzesivo ...” Es en este S. XVII, al producirse la apropiación ilícita de las tierras del valle (Campiñuela) por los regentes del Concejo Local favoreciendo la intensificación agraria de éste, así como la introducción de nuevos cultivos (olivar), cuando se propulsa el desarrollo agrario de un ámbito territorial en el que hasta entonces era inédito: lo que se conoce como sierra baja, es decir nuestra antaño “defesa cerrada o âcotada”. El nuevo uso económico de estas dehesas se desarrolla mediante un complejo sistema en el que se alternan en el tiempo usos selvícolas, agrícolas y pastoriles; habiendo, a lo largo y ancho del año, una alternancia en el origen territorial de las personas que hacen uso complementario de este territorio: los ahora habitantes de la villa y los “serranos” trashumantes. Entendamos lo hasta ahora narrado. Cuando en el S. XVII todo el término municipal de la villa de Baños pasa a ser “Bien del Común de los Vecinos”, se desarrolla un doble proceso; desde la vertiente jurídica, las tierras del valle comprendidas entre el Camino Real y el núcleo urbano, en teoría comunales, en la práctica pasan a ser utilizadas en exclusividad y propiedad por la oligarquía asentada en el Concejo regente de la Villa (la muestra más evidente son las huertas amuralladas aún vigentes al sur de núcleo urbano -huerta Zambrana-). Desde la vertiente económica, se desarrolla en el valle un pujante proceso de implantación del olivar, paralelo a la intensificación agrícola de la dehesa boyal o de “Navamorquina”, ahora ya segregada. Así lo demuestra el crecimiento vertiginoso de industrias de molienda, tanto aceiteras como cerealísticas -incluso se llega a construir un molino de viento al modo manchego-,

“Asimismo hay, dentro de la poblazión de esta villa, veinte y dos molinos de azeite con veinte y quatro piedras; y extramuros quatro casas de campo molinos de azeite con seis piedras; ...”. y la especialización de la Sierra Alta en usos económicos de carácter comunal, subsistencial y autoconsumo (leña, caza, recolección de productos silvestres, etc.). La intensificación del uso económico de la dehesa se realiza bajo un complejo sistema agronómico denominado roza de cama, que tendrá en la torruca su eje organizativo y su expresión cultural en el territorio. “Y por quanto mediante la cortedad de Campiña de este termino es preziso ê indispensable a los Vezinos de esta Villa el recurso para sembrar â la tierra montuosa rozarla, y quemarla pues sin este beneficio no pudiera subsistir este Pueblo para que este se execute sin que el comun experimente daño en el destrozo de los Arbolados, ôrdenamos, y mandamos que cualquiera Vezino de esta Villa que en fuerza de su privilegio y de esta prezision pretenda o intente hazer rozas para sembrar pida antes â esta Villa Junta en su Ayuntamiento Lizencia con exprezion del sitio donde intenta hazerla, y de la extenzion, y cavida que ha de tener para que informada la Villa de la Calidad de la tierra pueda zeñir la Lizencia â el modo que mas convenga ô bien sea dandola para que se execute la roza sin resevar Arvol alguno por contemplar no ser apreziable, ni Criaderoô bien con la reserva de los Arboles que puedan ser frutiferos, sin que por esto se entienda perjudicar el derecho, y Libertad que los Vezinos tienen por Real Privilegio de todos los Aprovechamientos, del sitio, y termino privativo, ...”. III.-LA ROZA DE CAMA, modelo agrícola de explotación del territorio A lo largo del S. XVII, la oligarquía local había ido acumulando capital procedente del usufructo de las fértiles tierras más inmediatas al núcleo urbano en su vertiente sur (cereal y productos hortícolas). Tierras, por otra parte, que eran las de mayor calidad edáfica y mejor acceso tenían a los veneros acuíferos del sustrato geológico. Este enriquecimiento, junto a la viabilidad comercial que el Camino Real proporcionaba -serpenteaba bajo la Villa camino del principal puerto indiano: Sevilla- y el control político del Concejo ya desde este mismo S. XVII, propició la masiva introducción del cultivo de matas de olivar. Este proceso salpicó el Camino Real, a su paso por la Villa, de grandes caseríos/almazaras -Salcedo, Manrique, Mendoza, Benalúa- que se instituyeron como centros neurálgicos para la organización de esta nueva producción agraria. El inmediato déficit cerealístico por la reducción de tierras destinadas a este nuevo uso, se saldó con la intensificación agrícola de las tierras serranas más inmediatas, al norte del núcleo urbano, una vez superado el río Rumblar: la dehesa cerrada de Navamorquina. Hasta este momento estas tierras habían estado destinadas exclusivamente a pastadero, en menor cuantía e intensidad por las gentes de la villa (agostadero y montanera para cerdo), pero de manera más intensa por ganaderos merinos trashumantes, principalmente del ámbito de la serranía conquense, pero también de otras sierras de la provincia de Jaén como Mágina y Segura; aunque secundariamente se había obtenido caza y leña. A partir de este momento el sistema agronómico necesita mayor complejidad para dar respuesta a las nuevas demandas de la población local: se implantará lo que la población local denomina roza de cama. Se trata de un sistema que, teniendo como punto de partida la baja calidad edáfica de los suelos y la benignidad climática invernal, sabe sacar el máximo rendimiento a estas tierras, favoreciendo la evolución desde un monte cerrado mediterráneo a un espacio claramente adehesado. “ ... para hazer la roza, que llaman de cama, la que executan los vezinos desta Villa, talando, y quemando el monte bajo de dichas tierras. Cuias cenizas las venefizian para su produzion.(...) Y en las que se haze la roza de cama, quemando el monte, conzivo benefizio de las cenizas quedara de sexta calidad y produze trigo, con la intermision de veinte o mas años respecto a que es precisso crie nuevo monte, para volber a hazer dicha roza, y quema, para poder sembrarla.” Este modelo de explotación agrícola muestra tres fases bien diferenciadas que vienen a constituir un ciclo de una duración aproximada de veinte años: “… Y veinte de hueco, por lo que toca a Roza de cama, hasta que otra ves, assi unas como otras tierras, con el veneficio del nuevo Monte, se proporcionan para otra sementera; …” 1. Inicialmente son los carboneros o piconeros locales los que tras cortar o rozar el monte (hasta entonces el monte simplemente era quemado para la consecución de pastos), mediante una incompleta combustión, obtenían carbón y picón. En líneas generales, la encina y el brezo de mayor tamaño era destinados para fabricar carbón; de la jara y otros pequeños arbustos como el lentisco, se obtenía picón o cisco. Estas gentes fueron los primeros constructores de torrucas. Aunque en algunos casos fueran pastores, aquéllos serían también sus últimos moradores.

2. Tras la roza y quema del monte, serán los agricultores los que les sucederán obteniendo cereal de estas tierras enriquecidas con las cenizas de la quema -principalmente trigo, avena y cebada-. Esta actividad, debido a los raquíticos suelos serranos, no se alargaba más de dos o tres años. En esta segunda fase de constitución del sistema es cuando se construirían, de manera selectiva, las primeras eras para trillar y aventar el cereal. No será en un primer momento, segunda mitad del S. XVII, cuando el crecimiento constructivo molinero, en su mayor concepción, se acentúe. Será con el nuevo siglo XVIII cuando esta actividad denote un aumento importante, sobre todo en su vertiente hídrica para molienda de cereal, a destacar los de Valhondo en el Rumblar o los de la Picoza cercanos a la desembocadura del río Grande en el Rumblar. Como ya comentamos anteriormente es el momento en el que, debido a la cercanía e influencia cultural manchega, se edifica el molino de viento del Santo Cristo. Posiblemente, otra estructura serrana que aparece diseminada por todo el territorio pertenezca a este periodo. Se trata de pequeños hornos para cocer pan, exentos, cuya bóveda de ladrillo y revoque en barro se asienta sobre una base de piedra. “Dijeron: (…hai dos molinos arineros con dos piedras cada vno, que muelen con el agua del rio Errumbrar desde primero de Noviembre, hasta ultimos de Maio (…), y que entre la mojonera de este término y del de la villa de Baylén hai otro molino de una piedra (el que siempre se ha tenido por de dicha villa), que muele con agua del citado rio Errumbrar (…). Y que en este término y en el mismo río ha avido otros dos molinos …” 3. La tercera fase es aquélla en la que, una vez abandonados los cultivos por su escasa productividad, hacen su aparición los ganaderos. Ahora habrá una utilización parcial de estas tierras, a modo de pastadero para sus animales (principalmente ganado merino). Tras un periodo que se alarga unos quince años, abandonan las tierras utilizadas alternando con otras nuevas previamente trabajadas y preparadas por el agricultor. En líneas generales, hasta entonces, estas tierras sólo habían sido utilizadas por los ganaderos trashumantes debido a la escasa bondad estival (único periodo en el que los aldeanos podían utilizar estos pastos), lo que no permitía ningún aprovechamiento alternativo. Los aldeanos se limitaban a la explotación ganadera de la rica dehesa que aún quedaba en la Campiñuela y, tímidamente, se adentraban en la zona de monte adehesado y escasa pendiente más inmediata a los ríos Rumblar y Grande en la que los restos de excelentes zahurdas o terrizas nos muestran una floreciente explotación porcina (Marquigüelo y Cabrera). Es a partir de este momento cuando, a lo largo del año, la cañada local comienza a realizar movimientos trasterminantes, comenzando a aprovechar durante el estío los rastrojos serranos. “Ordenamos que todos los rastrojos de dichos ruedos de las sierra, y Campiñuela del termino de esta Villa án de ser de Comun áprovechamiento para los ganados de los Vecinos de ella sin que en ello se pueda poner ôbice ni embarazo alguno…” En poco tiempo, el bosque de jara se recuperaba favoreciendo el reinicio del proceso, aunque ahora, en la primera fase, sólo se podía obtener picón debido a la ausencia de arboleda. En todos los casos, la presencia de la oveja permitía el abonado natural de las tierras y su mejora productiva. IV.- LA TORRUCA, eje cultural del territorio Como hemos podido ir apreciando, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, en el entorno mariánico más cercano al núcleo urbano de la villa de Baños de la Encina se desarrolla un conjunto de procesos de carácter económico que han condicionado gran parte de los aspectos que constituyen este ámbito serrano. Bueno, pues todos ellos se encuentran bajo el amparo de una pequeña construcción en piedra seca y techumbre de monte:

 Este proceso motivó el momento histórico en que mayor poblamiento tuvo este territorio serrano; hoy, por el contrario, se nos muestra como un desierto demográfico.  El paisaje adehesado, posiblemente desde la vertiente ambiental el mejor encuentro entre la naturaleza y el hombre, es fruto de la ardua labor de las gentes de entonces.  La serranía, un espacio en el que la tónica general es la ausencia de patrimonio cultural (como así lo demuestra la sierra alta), aparece dotada aquí de un conjunto de bienes con un alto potencial patrimonial (torrucas, eras, hornos, molinos de agua, pilares y abrevaderos, etc.).  Desde la vertiente económica, se constituyó como uno de los pilares que soportaron la bonanza económica de la villa en estos años, favoreciendo el desarrollo arquitectónico de la misma (Conjunto Histórico Artístico de Baños de la Encina). Por tanto, podemos hacer responsable a esta construcción, a este modelo de hábitat, de la gestión de un sistema económico complejo que favoreció, en líneas generales, uno de los periodos más benignos de la historia de la villa de Baños de la Encina. BIBLIOGRAFÍA ARAQUE JIMÉNEZ, EDUARDO y GALLEGO SIMÓN, VICENTE J.: Regulación ecológica en Sierra Morena. Las ordenanzas municipales de Baños de la Encina y Villanueva de la Reina. Segunda mitad del S. XVIII. Diputación Provincial de Jaén, Jaén, 1995. CAMACHO SÁNCHEZ, Mª DOLORES y CAMACHO RODRÍGUEZ, JESÚS ANDRÉS: Sierra Morena durante la época precolonial según el Catastro del Marqués de la Ensenada. La Carolina, 1992. CATASTRO DEL MARQUÉS DE LA ENSENADA. Baños de la Encina. CONTRERAS CORTES, FRANCISCO et al. Hace cuatro mil años, … Vida y muerte en dos poblados de la Alta Andalucía. Junta de Andalucía. Consejería de Cultura. Armilla, 1998. ESTEBAN CAVA, LUIS: La serranía alta de Cuenca. Evolución de los usos del suelo y problemática socioterritorial. Univesidad Ménendez y Pelayo. Tarancón, 1992. MENÉNDEZ MARTÍNEZ, JOSÉ MARÍA et al.r: El Camino de Andalucía. Itinerarios históricos entre la Meseta y el Valle del Guadalquivir. Ministerio de Obras Públicas, Transporte y Medio Ambiente. Madrid, 1993. RAMOS VÁZQUEZ, ISABEL: Memoria del Castillo de Baños de la Encina (S. XIII-XVII). Universidad de Jaén. Jaén, 2003. VARIOS AUTORES: “Sierra Morena Oriental”. Cuadernos de trashumancia, nº 7. ICONA. Madrid, 1993.

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